El pasado miércoles, mientras los bombardeos sacudían la Franja de Gaza, conmemorábamos el día de la Nakba, en recuerdo del 15 de mayo de 1948. La Nakba, cuyo significado en árabe es catástrofe, hace referencia al éxodo forzado del pueblo palestino durante el proceso de ocupación y limpieza étnica perpetrado por las milicias sionistas en la creación del estado judío de Israel. Este suceso marcó el inicio de décadas de sufrimiento, caracterizadas por desplazamientos forzados, violaciones de derechos y pérdida de vidas humanas que perduran hasta nuestros días.
A pesar de los temores arraigados entre los palestinos ante la posibilidad de una segunda Nakba, una amenaza que varios funcionarios israelíes habían esgrimido cínicamente a lo largo de los años, pocos podían anticipar que se materializaría de forma tan brutal, a plena luz del día y con la complicidad internacional. No obstante, la cruda realidad ha demostrado lo contrario.
Durante los últimos ocho meses, desde octubre pasado, Israel ha perpetrado una devastadora ola de violencia sin procedentes contra la población civil palestina en Gaza, resultando en el masacre y desplazamiento forzado de más del triple de palestinos en Gaza que durante toda la Nakba histórica. La cifra de víctimas civiles ha superado la desgarradora marca de 35.000 palestinos, con miles aún sepultados bajo los escombros y alrededor de dos millones de personas desplazadas.
En efecto, desde el comienzo de la brutal ofensiva israelí, los gazatíes han sido empujados hacia el sur por la implacable avanzada de las fuerzas de ocupación, buscando desesperadamente refugio en la localidad de Rafah, que había sido designada como zona segura por el gobierno israelí. Sin embargo, ni siquiera esta localidad, que albergaba a más de un millón y medio de palestinos desplazados, ha escapado de la amenaza de ser atacada. El pasado sábado, la temida invasión terrestre se hizo realidad cuando aviones de combate israelíes lanzaron octavillas instando a la evacuación inmediata del este y centro de Rafah. Desde entonces, cerca de medio millón de personas, aterrorizadas por la inminencia de un ataque devastador, han abandonado precipitadamente la zona fronteriza en busca de un lugar seguro, evocando dolorosos recuerdos de la Nakba de 1948.
Los desplazamientos masivos y las estelas de éxodo de refugiados que marchan a pie, sometidos a constantes ataques y bombardeos, son un amargo recordatorio de que la Nakba, lejos de ser un mero recuero histórico, es un proceso continuo de colonización, desposesión y limpieza étnica que se inició hace más de siete décadas y que persiste en la actualidad. Por consiguiente, en este momento crítico, exigimos justicia, rendición de cuentas y el cese de la ocupación israelí para que el pueblo palestino pueda vivir con dignidad y libertad en su propia tierra.